Por: Maria Camila Gonzalez Mosquera

Desde las brumas celtas hasta las calles modernas, Halloween es una fascinante celebración global. Su evolución revela la fusión de antiguas creencias, adaptaciones religiosas y la diáspora cultural, consolidándose como una fiesta universal.

Hace más de dos milenios, en tierras de Irlanda, Escocia y el norte de Francia, los celtas celebraban el Samhain. Este festival marcaba el final de la cosecha y el inicio del invierno, un umbral donde se creía que el velo entre mundos se desvanecía. Era una noche para honrar a los ancestros y ahuyentar a los espíritus malignos con hogueras y disfraces rituales.

Los antiguos celtas, protagonistas iniciales de esta tradición, usaban máscaras y ofrecían alimentos a los espíritus que, según su cosmovisión, regresaban a la tierra. Siglos después, la Iglesia católica, con figuras como los papas Gregorio III y IV, jugó un papel crucial al transformar el Samhain en la víspera del Día de Todos los Santos. Finalmente, fueron los inmigrantes irlandeses y escoceses del siglo XIX quienes llevaron estas costumbres a Estados Unidos, sembrando las semillas de la celebración moderna.

La Víspera de Todos los Santos, o "All Hallows’ Eve", gradualmente se convirtió en "Halloween", uniendo la tradición pagana con la festividad cristiana. En Europa, prácticas como el "souling", donde se pedían pasteles por oraciones para los difuntos, y la leyenda de Jack O’Lantern, que inspiró las calabazas talladas, se arraigaron profundamente. Al llegar a América, esta amalgama cultural se enriqueció, fusionándose incluso con creencias afrocaribeñas en algunas regiones, dando forma a su identidad única.

La transformación de Halloween desde un ritual ancestral hasta una fiesta global es un testimonio de la adaptabilidad cultural. Su popularización y comercialización en el siglo XX en Estados Unidos, impulsada por la industria del entretenimiento y los medios, la catapultó al escenario mundial. Esta evolución demuestra cómo las tradiciones pueden cruzar fronteras y tiempos, convirtiéndose en fenómenos que combinan lo sagrado, lo lúdico y lo comercial en una vibrante celebración de la comunidad y la imaginación.